El pasado 25 de septiembre se cumplieron 9 años desde que 193 países miembros de la ONU aprobaron la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. Se presentó como un plan global ambicioso compuesto por 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), divididos en 169 metas a cumplir en 2030.
Como pasa en cualquier proyecto puesto en marcha, existen variables exógenas que son imposibles de predecir, como la llegada de la pandemia, y las variables endógenas que, pese a que sus relaciones con otras variables y resultados se pueden controlar y modelar, para el caso del avance de las metas y objetivos ambientales los resultados suelen ser siempre los mismos.
Retrocediendo algunas décadas, la primera conferencia mundial sobre el medio ambiente se realizó en 1972 en Estocolmo. En la Declaración y el Plan de acción se plantearon preocupaciones sobre el vínculo entre el crecimiento económico, la contaminación del aire, el agua y los océanos y el bienestar de las personas.
Han transcurrido más de 50 años desde la génesis de la preocupación ambiental internacional, tiempo en el que se han firmado y ratificado un sinnúmero de tratados, acuerdos, convenios y agendas con sólidos argumentos científicos y empíricos que ponen en evidencia que el sistema económico de producción y consumo, está teniendo impactos negativos incuantificables en el medio ambiente y comprometen el propio desarrollo de las naciones.
Irónicamente, se ha vuelto cotidiano escuchar a los líderes de los organismos internacionales que no se cumplieron con las metas, los países fueron omisos o hicieron el mínimo esfuerzo para lograr sus compromisos ambientales, en materia de cambio climático y, en general, los ODS. La realidad es que cada país vive realidades distintas, tanto los desarrollados y los que están en vías, por ende, sus metas nacionales son diferentes.
En días pasados terminó la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático (COP29). El balance no es muy alentador, las medidas acordadas para hacer frente a la crisis climática y limitar el aumento de la temperatura global a menos 1.5 grados centígrados está lejos de cumplirse y no se vaticinan los mejores escenarios. El gran tema fueron las ciudades dado que generan el 70% de las emisiones globales de CO2, albergan a más del 50% de la población mundial, 70% son las que tienen los mayores impactos climáticos y donde el 65% de los ODS dependen de la acción local.
Esta realidad sólo puede cambiarse y revertirse si retomamos los fundamentos de desarrollo sostenible planteados en la Comisión Brundtland de 1983, donde la integración de las políticas ambientales y las estrategias de desarrollo deben instrumentarse sí o sí bajo los pilares económico, social y ambiental.
La Economía Circular es un paradigma económico ambiental que abarca dichos fundamentos. Tiene como principios: Abastecimiento sostenible; Eco-diseño y análisis del ciclo de vida del producto; Ecología industrial; Economía de la funcionalidad; Consumo responsable; Ampliación del tiempo de uso; y Reciclaje y valorización de residuos.
Países europeos tienen grandes avances en la materia, y en México el Senado aprobó la Ley General de Economía Circular, propuesta por legisladores del PVEM. Este ordenamiento busca mantener el mayor tiempo posible el valor de los productos, materiales y recursos en el ciclo económico para minimizar la generación de residuos y el consumo de materias primas vírgenes a fin de reducir el impacto de las actividades humanas en el medio ambiente. En Chihuahua, se aprobó esta Ley a finales de la Legislatura pasada, hace cuatro meses. Sin embargo, aún no ha sido publicada. Desde mi posición, estaré impulsando su publicación y su correcta adecuación a la realidad de nuestro Estado. Seguiremos impulsando la agenda ambiental en beneficio de toda la sociedad.
TOMADO DE EL HERALDO DE CHIHUAHUA.