Definir para transformar; una taxonomía circular en México

Definir para transformar; una taxonomía circular en México

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Por Víctor Gómez Céspedes

La economía circular ya no es solamente un concepto atractivo en conferencias o un término de moda en discursos oficiales. Es una necesidad estratégica para cualquier país que aspire a competir en un mundo donde la sostenibilidad dejó de ser un valor añadido y se convirtió en requisito indispensable. Sin embargo, en México enfrentamos un riesgo: que la circularidad se quede atrapada en el terreno de las buenas intenciones y no logre materializarse en proyectos reales que cambien la manera en que producimos, consumimos y gestionamos los recursos.

El problema central es la falta de una taxonomía clara y homologada que defina, con criterios objetivos, qué prácticas son verdaderamente circulares y cuáles solo se disfrazan de sostenibles. Esta ausencia genera confusión, dispersión de esfuerzos y, en muchos casos, greenwashing involuntario. Mientras en Europa, Corea del Sur o América del Norte existen marcos técnicos que orientan inversiones, financiamiento y compras públicas responsables, en México seguimos improvisando definiciones.

¿Por qué importa tanto una taxonomía? Porque no es un simple listado de categorías, sino una brújula que permite identificar y priorizar proyectos de impacto. Una planta de reciclaje, un modelo de reúso industrial o un producto diseñado para durar más pueden medirse con parámetros comunes: reducción del uso de materiales vírgenes, trazabilidad, descarbonización, reparación y simbiosis entre sectores productivos. Sin reglas claras no hay forma de evaluar ni de certificar avances, y por lo tanto, tampoco de generar confianza en los mercados internacionales.

La urgencia es tangible. Europa avanza hacia el pasaporte digital de productos, que será obligatorio en 2027. Esto obligará a todas las empresas exportadoras a demostrar contenido reciclado, reparabilidad y huella ambiental de cada artículo. Si México no actúa pronto, nuestras industrias quedarán rezagadas frente a competidores que ya se preparan con métricas verificables. Lo que hoy parece un tema técnico puede convertirse mañana en una barrera comercial difícil de superar.

En Chihuahua decidimos no esperar. Desde Chihuahua Green iniciamos un ejercicio pionero con más de ochenta empresas y organizaciones para clasificar recursos sobrantes y mapear capacidades circulares a nivel territorial. Este trabajo nos dejó dos hallazgos clave: muchas iniciativas con verdadero potencial carecen de apoyo y visibilidad, mientras que proyectos con una etiqueta “circular” no cumplen con los principios esenciales. Esa brecha refleja la necesidad de contar con un marco nacional robusto.

Una taxonomía mexicana de economía circular, inspirada en modelos globales pero adaptada a nuestra realidad industrial, social y ambiental, sería un parteaguas. Evitaría el greenwashing, canalizaría recursos públicos y privados hacia soluciones regenerativas, impulsaría la competitividad de las MiPyMEs y daría certeza a inversionistas nacionales e internacionales. También permitiría articular políticas públicas con impacto medible y orientar a las comunidades hacia prácticas de consumo y producción responsables.

Este llamado no es un tecnicismo reservado a especialistas. Se trata de construir un lenguaje común entre gobierno, empresas, academia y sociedad civil. Hablar el mismo idioma es el primer paso para generar confianza, fomentar innovación y asegurar que cada esfuerzo sume al mismo objetivo: un desarrollo verdaderamente sostenible.

México tiene la oportunidad de posicionarse como líder regional en circularidad, pero para lograrlo debemos definir con rigor qué significa ser circular. En Chihuahua ya comenzamos a recorrer ese camino. Ahora es momento de que el país entero dé el siguiente paso. Porque lo que no se define, no se transforma, y transformar es la urgencia que hoy no admite demora.